-A eso no puedo contestarte, hijo mío.
Por más que le preguntaba, nunca hallaba respuesta. Él, que admiraba a su Padre e intentaba ser el mejor de sus hijos sólo para complacerlo. Pero por más que insistía, sus dudas nunca eran satisfechas. Su actitud empezó a llamar la atención del resto de sus hermanos; algunos compartían sus mismas inquietudes, otros le intentaban disuadir.
-No te atrevas a cuestionarle-le decían-. Nuestro trabajo es cumplir su voluntad.
-Jamás me atrevería a hacerlo. No hago sino admirarle.
-Y no lo pongo en duda siendo el más sabio de entre nosotros. Pero hay cosas que sólo el Padre puede conocer.
"Por qué habría de ser así. ¿Acaso no somos sus queridos hijos? ¿No puede compartir su sabiduría?"
-A eso no puedo contestarte, hijo mío.
Una vez más, su Padre le ignoró. Las plantas continuaron creciendo, los días pasaban, y siempre sucedía lo mismo. Y la vez siguiente, y a la otra. El Padre lo sabía todo y quería honrarle pareciéndose a Él, pero esa admiración se trastornó en envidia. A pesar de lo que sufría por ello, jamás había compartido su pensamiento con alguno de sus hermanos, hasta que no pudo más.
-Ya no puedo aguantar más-exclamó al grupo que sospechaba también anhelaba más conocimiento-. ¿No obramos bien al querer parecernos a nuestro querido Padre? ¿A pesar de ser sus hijos, habremos de estar siempre obedeciéndole a ciegas? ¡Esta vez Él nos responderá!
-¡Sí! ¡Merecemos una respuesta!-gritaron algunos-¡Te acompañaremos, ya que eres el más sabio de entre nosotros!
Liderando al grupo, llegó hasta el trono del Padre, y le repitió la misma pregunta.
-¡PADRE! ¡Tú que has creado el mundo! ¿Por qué lo has hecho teniéndonos a nosotros? ¡Tú que te sientas en lo alto de este monte! ¿Qué es lo que hay más allá? ¡Tú que eres el ser más perfecto de todos! ¿Por qué no podemos alcanzarte?
-A eso no puedo contestart...
-¡RESPONDE!
En ese momento apareció una legión de los hermanos más fieles a su Padre y se abalanzaron sobre ellos. Tuvieron que descender hasta desaparecer de la vista de Él hasta que el mayor de ellos comenzó a increparles.
-¿Quién os creéis que sois para interrumpir al Padre? ¿De dónde viene esta soberbia? ¿Has sido tú, verdad?
Miguel le miró fijamente, mostrando su lanza. El resto de su ejército le imitó, pero no consiguió amedrentar a los sublevados.
-¿Tan fácilmente acatas una orden, Miguel? ¡Sólo quiero ser cómo Él porque es mi Padre y le q...
-¡Lo que quieres es reemplazarle!
-¡PORQUE PUEDO SER AÚN MÁS PERFECTO!
-¡Basta! ¡EXPULSADLES!
El ejército del arcángel comenzó la carga contra los traidores, que fueron cayendo desde los Cielos. Miguel llegó hasta él, y por mucho que intentó presentar batalla, no dejaba de ser capitán. De un golpe con el pie en su rostro, lo tumbó y le atravesó con su lanza.
-¡Lucifer! ¡Por tu soberbia, tú y tus aliados quedáis expulsados de los Cielos! ¡Desaparece junto a ellos, en el nombre de Dios!
Aún siendo derrotado, Lucifer no perdió su deseo por superar a Dios.
"Me sentaré en lo más alto... Y veré más allá."
Finalmente él, junto con todos los ángeles que arrastró en su empeño, se precipitó al Abismo.